(Translation of the Paul Graham's Essay «Defining Property»)
Marzo 2012
Cuando era un niño leí un libro de historias sobre un famoso juez japonés del siglo dieciocho llamado Ooka Tadasuke. Uno de los casos vino del propietario de una tienda de comida. Un estudiante pobre que solo podía permitirse comer arroz disfrutaba de los deliciosos olores que venían de la tienda de comida. El propietario quería que el estudiante pagase por los olores que estaba disfrutando. Argumentaba que ¡el estudiante le estaba robando sus olores!
Esta historia a menudo me viene a la cabeza cuando oigo que la RIAA y la MPAA están acusando a gente de robar su música y sus películas.
Puede sonarnos ridículo que los olores se traten como una propiedad. Pero puedo imaginarme escenarios en los que podrían cobrarse los olores. Imagina que estuviésemos viviendo en una base lunar donde hay que comprar aire a litros. Puedo imaginarme a los proveedores de aire añadiendo fragancias por una pequeña cantidad extra.
La razón por la que nos suena ridículo tratar los aromas como una propiedad es que no funcionaría en nuestro mundo. Sin embargo, podría hacerlo en una base lunar.
Lo que consideramos una propiedad es aquello que podemos tratar como una propiedad. Y no solo puede cambiar la definición de algo como propiedad, ya lo ha hecho en el pasado. Los seres humanos siempre (para algunas definiciones de «humano» y «siempre») han tratado como propiedad los pequeños objetos que una persona lleva. Pero los cazadores-recolectores no consideraban que la tierra, por ejemplo, fuese una propiedad en su concepción del mundo. [1]
La razón por la que tanta gente piensa que «propiedad» tiene una única definición que no ha cambiado jamás se debe a que su definición cambia lentamente. [2] Pero estamos en mitad de uno de esos cambios en estos momentos. Los sellos discográficos y los estudios de cine distribuían lo que creaban como si fuesen botellas de aire en una base lunar. Pero al advenimiento de las redes de datos ha supuesto un cambio drástico, como si pasáramos de una base lunar a un planeta con atmósfera respirable. Los datos se mueven ahora como olores. Y, gracias a una combinación de ilusiones auto-generadas y avaricia cortoplazista, los sellos discográficos y los estudios de cine se han puesto ahora en la situación del propietario de la tienda de comida japonesa: nos acusan al resto de robar sus olores.
(La razón por la que digo «avaricia cortoplacista» es que el problema de fondo con los estudios y sellos es que la gente que los dirige están guiados por sus bonus en lugar de por el valor de las acciones. Si fuesen el valor de las acciones lo que les guiase, estarían interesados en las ventajas que este cambio tecnológico en lugar de combatir lo inevitable. Pero todo el mundo sabe que crear cosas nuevas lleva demasiado tiempo. Sus bonus dependen de los beneficios de cada año, y la mejor manera de incrementarlos consiste en extraer aún más dinero de los productos que ya tienen.)
Por lo tanto, ¿qué significa todo esto? ¿No debería la gente cobrar por el contenido? No existen respuestas sencillas para esta pregunta. La gente debería cobrar por contenido cuando tenga sentido y funcione.
Pero por «funcione» quiero decir algo más sutil que «cuando lo consigan». Quiero decir que se debería cobrar por contenido sin tener que cambiar la sociedad para que sea posible. Después de todo, las empresas que vendiesen olores en la base lunar podrían venderlos también en la Tierra, todo lo que tendrían que hacer es forzar leyes que nos obligasen a todos a respirar usando bombonas de aire en la Tierra, incluso si no las necesitásemos.
Las medidas legales locas que los sellos y los estudios han tomado por el momento van en esta línea. Periódicos y revistas van en la misma dirección, pero por lo menos están declinando en sus ventas grácilmente. RIAA y MPAA nos harían respirar de bombonas de aire si pudiesen.
Al final todo se reduce a sentido común. Cuando se abusa del sistema legal, tratando de hacer juicios masivos contra gente escogida al azar como forma de castigo ejemplar, o se usan lobbies para crear leyes que destruyan la Internet que conocemos si salen adelante, es ipso facto evidente que están usando una definición de propiedad que no funciona.
Por eso resulta tan útil tener democracias que funcionen y países soberanos independientes. Si el mundo tuviese un único gobierno autocrático, los sellos y los estudios podrían «comprar» leyes, redefiniendo el concepto de propiedad como quisieran. Pero afortunadamente aún existen algunos países que no son colonias «copyright» de Estados Unidos, en incluso en Estados Unidos, aún parecen existir suficientes politicos con miedo a los votantes. [3]
A la gente que dirige Estados Unidos puede que no les guste que los votantes u otros países decidan rechazar doblegarse a su voluntad, en el fondo es en el interés de todos que no exista un único punto de ataque que permite a la gente cambiar las leyes para que sirva a sus propios propósitos. La propiedad privada es una idea extremadamente útil, indiscutiblemente una de nuestras mejores invenciones como especie. Hasta el momento, cada una de sus nuevas definiciones nos ha traído un incremento en nuestra riqueza material. [4] Parece razonable suponer que una nueva definición también lo hará. Sería un desastre si tuviésemos que seguir funcionando con una definición desfasada solo porque unas pocas personas poderosas fueron demasiado vagas como para actualizarse.
Notas
[1] Si quieres aprender más sobre los cazadores recolectores recomiendo encarecidamente dos libros de Elizabeth Marshall Thomas: The Harmless People y The Old Way.
[2] Los cambios en la definición de propiedad están guiados en su mayoría por el progreso tecnológico, sin embargo debido a que el progreso tecnológico avanza de forma acelerada debemos suponer que la definición de propiedad también lo haga. Esto significa que es cada vez más importante que las sociedades sean capaces de responder grácilmente a tales cambios, porque se darán cada vez más a menudo.
[3] Hasta donde yo se, el término «colonia copyright» fue empleado por primera vez por Myles Peterson.
[4] El estado de la tecnología no es función de la definición de propiedad. Ambas restringen a la otra parte. Dicho esto, no puedes jugar con la definición de propiedad sin afectar (y probablemente dañar) el estado de la tecnología. La historia de la URSS ofrece una demostración ilustrativa de ello.
Gracias a Sam Altman y Geoff Ralston por leer borradores de este ensayo.